Entre el aula y la vida.
- Comunicacion Fondo para la Paz
- 28 may
- 6 Min. de lectura
Educación para las y los protagonistas del futuro

Toda actividad educativa organizada y sistemática que se lleva a cabo fuera del sistema oficial de educación formal, y que está dirigida a grupos específicos de la población con objetivos de aprendizaje concretos, es definida por la UNESCO desde 1997 como educación no formal.
Se sitúa entre la educación formal (la escolarización) y la educación informal (el aprendizaje espontáneo y no estructurado que se da en la vida diaria).
En este espacio entre el aula y la vida, se encuentra una ventana de oportunidad para el desarrollo de las comunidades que dan cara a desafíos de un mundo cada vez más diverso y dinámico, donde los procesos de aprendizaje trascienden los límites de los 4 muros de un salón de clases.
Reconocer y promover la educación no formal se ha vuelto fundamental para el desarrollo integral de la infancia, estas formas de educación, a menudo invisibilizadas en las políticas públicas, desempeñan un papel crucial en la formación de habilidades sociales, emocionales, culturales y prácticas que difícilmente pueden ser abordadas exclusivamente desde el contenido escolar tradicional. Desde los aprendizajes que ocurren en el hogar y la comunidad hasta las experiencias vividas en actividades artísticas, deportivas, ambientales o de participación ciudadana, los niños y niñas construyen saberes que enriquecen su comprensión del mundo y fortalecen su sentido de identidad y pertenencia.
Este texto explora la relevancia de incorporar de manera activa y valorada la educación no formal en las estrategias de desarrollo comunitario infantil, especialmente en contextos vulnerados, donde estos espacios educativos representan no solo una oportunidad de aprendizaje, sino también de inclusión, equidad y reconocimiento de la autonomía desde edades tempranas.
La importancia de la educación
Antes de continuar, es importante notar que invertir en educación no solo garantiza un derecho humano fundamental, sino que también es una de las estrategias más efectivas para romper el ciclo de pobreza intergeneracional. En México, un niño o niña que no recibe educación básica tiene muchas menos posibilidades de acceder a un empleo digno en la adultez. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2022 más del 60% de la población sin educación básica concluida se encontraba en condiciones de pobreza, en contraste con el 15% de quienes contaban con educación media superior o superior. Además, un estudio del Banco Mundial indica que cada año adicional de escolaridad puede aumentar los ingresos individuales en un promedio del 10%. La falta de educación también afecta el desarrollo social: niños que no acceden a la escuela están más expuestos a trabajo infantil, violencia y exclusión social. Por tanto, desatender la inversión en educación es condenar a millones de niñas y niños a un futuro limitado, con graves consecuencias para el desarrollo de sus comunidades y nuestro país.
Si bien estas cifras hacen referencia a la relación entre carencias y acceso a educación formal, es importante reconocer que la educación no formal complementa y potencia al primer tipo, pues se debe reconocer que incluso asegurando la educación formal en su totalidad, aún se tendrían que atender algunos de sus principales desafíos, como su limitada capacidad para adaptarse a los contextos socioculturales diversos de las y los estudiantes.
Los desafíos de la educación formal
Los sistemas educativos tienden a operar bajo modelos estandarizados que no siempre responden a las realidades locales, especialmente en comunidades indígenas, rurales o en situación de pobreza. Esta desconexión puede provocar desmotivación, bajo rendimiento y deserción escolar. La educación no formal, al ser flexible y contextualizada, permite incorporar saberes locales, prácticas comunitarias y lenguas originarias, favoreciendo una experiencia educativa más significativa y culturalmente pertinente, lo cual puede traducirse también en la reducción de los índices de abandono escolar.
Otra problemática frecuente es la rigidez en los contenidos de la educación formal, que muchas veces no prioriza el desarrollo de habilidades socioemocionales, creativas y prácticas necesarias para la vida cotidiana (también conocidas como habilidades blandas). Los programas escolares tienden a centrarse en contenidos académicos, dejando de lado competencias esenciales como el trabajo en equipo, la empatía, la resiliencia o la resolución de conflictos.
La educación no formal, a través de talleres, actividades artísticas, juegos cooperativos y programas comunitarios, brinda espacios seguros para que niñas y niños experimenten, se expresen libremente y desarrollen estas capacidades fundamentales para su bienestar y convivencia social.
Finalmente, la educación formal suele enfrentar limitaciones en términos de equidad en el acceso y la permanencia. Factores como la distancia geográfica, la falta de recursos o la discriminación estructural impiden que muchos niños y niñas permanezcan en el sistema educativo tradicional. En estos casos, la educación no formal puede actuar como una red de apoyo, ofreciendo oportunidades de aprendizaje en espacios alternativos como centros comunitarios, organizaciones civiles o proyectos móviles. De esta manera, no solo se garantiza el derecho a aprender, sino que también se fomenta una educación más inclusiva, participativa y centrada en las necesidades reales de la infancia.
Entonces, mientras la educación formal se enfoca en contenidos académicos estructurados, la educación no formal brinda oportunidades para desarrollar habilidades prácticas, sociales y emocionales mediante actividades participativas y experiencias vivenciales. Esta complementariedad favorece una comprensión más integral del conocimiento, aumenta la motivación y el interés por aprender, y permite que los estudiantes aprovechen mejor su educación formal al conectar lo aprendido en el aula con su entorno cultural y social. Así, la educación no formal funciona como un puente que enriquece y amplía el impacto de la formación escolar.
Una propuesta de pilares de la educación no formal
Uno de los principales aportes de la educación no formal es su capacidad para incorporar la interculturalidad como eje pedagógico, reconociendo y valorando los saberes de los pueblos originarios, las lenguas maternas y las cosmovisiones diversas que enriquecen la vida comunitaria.
Del mismo modo, al no estar limitada por los contenidos oficiales, permite integrar de forma transversal la perspectiva de género y los derechos humanos, promoviendo relaciones más igualitarias, libres de violencia y respetuosas de la diversidad. Así pues, en proyectos implementados por Fondo para la Paz como los llamados “Protagonistas del futuro” y “Pioneras de las ciencias”, se han reconocido tres pilares de la educación no formal que permiten fortalecer el ejercicio de la ciudadanía desde la infancia.

1. Interculturalidad y ciudadanía desde lo comunitario
La educación no formal e informal tiene la capacidad de reconocer y valorar la diversidad cultural, étnica y lingüística que caracteriza a nuestras sociedades. A través de actividades comunitarias, prácticas tradicionales y saberes ancestrales, estos espacios educativos fomentan el respeto por otras formas de entender el mundo. En contextos donde la educación formal tiende a homogeneizar el conocimiento, la educación intercultural no formal permite a niñas, niños y jóvenes construir una identidad basada en el reconocimiento mutuo, el diálogo y la colaboración entre culturas. Esto no solo enriquece la experiencia de aprendizaje, sino que fortalece el sentido de pertenencia, la cohesión social y la capacidad de los ciudadanos para convivir en contextos plurales, fundamentales para un desarrollo sostenible con justicia social.

2. Perspectiva de género y equidad en el aprendizaje
Uno de los aportes más importantes de la educación no formal es su capacidad para cuestionar las desigualdades de género y promover relaciones más justas entre hombres y mujeres desde edades tempranas. Espacios como talleres artísticos, grupos juveniles o actividades comunitarias permiten reflexionar de manera crítica sobre los roles tradicionales y los estereotipos que perpetúan la discriminación y la violencia de género. Al no estar sujeta a los límites de una lista de contenidos rígida, esta educación puede abordar temas como la autonomía, el liderazgo femenino, los derechos sexuales y reproductivos, o la corresponsabilidad en el hogar, desde enfoques vivenciales y participativos. Así, se contribuye a la construcción de una ciudadanía sensible a las desigualdades y comprometida con la equidad, pilar esencial de un desarrollo sostenible e inclusivo.

3. Derechos humanos y compromiso ciudadano
La educación no formal e informal también desempeña un papel fundamental en la promoción y defensa de los derechos humanos. Desde campañas comunitarias, capacitaciones o actividades lúdicas, estas formas de educación permiten a las personas reconocer sus derechos y los de las demás, entender los mecanismos de participación ciudadana, y actuar frente a situaciones de injusticia o exclusión. En comunidades donde el acceso a la educación formal es limitado, estas experiencias representan muchas veces el primer contacto con valores como la dignidad, la libertad, la solidaridad y la no discriminación. Al fomentar una ciudadanía activa, crítica y empática, la educación no formal e informal se convierte en un motor para la transformación social, ayudando a construir sociedades más democráticas, pacíficas y justas.
En conclusión
Reconocer que las infancias no solo representan el futuro, sino que son protagonistas activos del presente, implica repensar cómo concebimos y promovemos sus procesos de aprendizaje. La educación no formal, con su flexibilidad, enfoque participativo y capacidad de adaptarse a contextos diversos, se presenta como una herramienta poderosa para acompañar a niñas y niños en su desarrollo integral, permitiéndoles explorar, expresarse, decidir y transformar su entorno desde hoy.
Invertir en este tipo de educación es una apuesta por sociedades más inclusivas y sostenibles, donde cada infancia sea escuchada, valorada y reconocida como agente de cambio. No podemos seguir posponiendo su protagonismo: el presente también les pertenece.
-Alejandro García- Coordinación de implementación de sistemas para la inteligencia organizacional . Fondo para la Paz IAP
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